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Mi primer Maratón

El maratón tiene mucho de mística que en los deportistas ha originado un miedo escénico a la distancia de los 42.195 metros.

¿Qué hubiera sido de mí sin la existencia de Filípides? Se dice que la distancia que recorrió el griego osciló en unos 40 Km. Siendo egoísta y masoquista, hubiera sido mejor que el guerrero hubiera caído unos cuantos kilómetros más allá de donde se desplomó.

Más tarde, en 1896 en las olimpiadas con sede en la ciudad de Atenas,  un “graciosillo” se acordó del soldado Filípides y se le ocurrió homenajear el hecho histórico incluyendo una carrera de 40 kilómetros en el calendario atlético. Ganó un pastor griego, Spiridon Louis. Se dice que durante la carrera los atletas se abastecían de vino y leche. ¡Cómo han cambiado los tiempos! Ahora los avituallamientos son con agua, sales minerales y geles y en vez de correr con alpargatas nos calzamos unas zapatillas con amortiguamiento.

Aquí no termina toda la miscelánea histórica de lo que es el maratón. En 1908 los Juegos Olímpicos llegaron a Londres. El comité organizador había dispuesto que la distancia a recorrer fuera sobre 38 kilómetros pero hubo un contratiempo, el día de la carrera llovió y el Príncipe de Gales, Jorge V, temió que la Reina se mojara. Entonces la salida se cambió a las inmediaciones del Castillo de Windsor y así, de esta manera oficializaron que la distancia definitiva y reglamentaria a recorrer en el maratón sería de 26 millas y 385 yardas o lo que es lo mismo. 42.195 metros.

El 7 de Agosto de 1993, es decir, dos mil cuatrocientos ochenta y tres años después que Filípides dijera ¡Atenienses, hemos vencido! debuté en la distancia del maratón. Tenía mucho miedo a la distancia y por todo lo que me habían contado, incluso mis compañeros me habían hablado del famoso muro y me advirtieron que tuviera cuidado con los últimos kilómetros. Para más INRI conocía toda la historia y su trágico final. Días antes de partir hacía Helsinki me puse muy pesado, no cesé de indicar a mi mujer donde estaban las cosas importantes de la familia. Era como dejar preparado el testamento.

Sin darme cuenta cada vez que hago un maratón, de manera intuitiva, sigo haciendo los mismos rituales. Es un miedo escénico por lo que pudiera pasar. Dormía mal y tenía sueños contradictorios, unas veces ganaba la carrera y otras me angustiaba porque no era capaz de correr rápida, imaginaba que corría con movimientos en cámara lenta. Me sobrehidrataba y atiborraba de hidratos por miedo a posibles desfallecimiento.

Comer, beber, dormir, descansar, pensar en las posibles adversidades (calor, humedad, frío, recorrido) y sobre todo correr y correr hasta cruzar por el arco de meta. Había que tener todo bien atado. Paradójicamente los sentimientos van cambiando, unos días te sientes triste y nostálgico y en un pispás pasas a unos momentos de euforia. Es un mar de dudas que necesitas compartir con personas que te comprendan y que compartan las mismas inquietudes.

¿Cómo se puede disfrutar haciendo algo que te hace sufrir tanto? No tiene explicación, hay que estar ahí para conocer todo tipo de sentimientos. El maratón se hace irresistiblemente atractivo y bello pero lo que le hace grande es que en ningún momento puedes bajar la guardia, garantizar el éxito antes de llegar a destino puede ser fatídico. Cuando crees que lo tienes todo dominado, aparece la sombra de Filípides con un mazo, en ese momento te arrea hasta caer noqueado.

Según van pasando los kilómetros las sensaciones y emociones van cambiando. Te ves suelto, elástico, ligero y con fuerza. Unos metros más allá, las piernas duelen y se hacen como dos vigas de hierro. Los parpados empiezan a pesar y la mirada se apaga. Cruje el estomago, tengo hambre, sed pero no tengo ganas de ingerir nada de nada. Unas veces sonrío y otras suspiro y lloro. Surgen nuevas indecisiones. ¿Quién me habrá dicho que me meta en esto?

Tuerzo la cerviz y observo que varios deportistas vienen demacrados y rotos. Recapacito y considero que nos dirigimos a un suicidio colectivo. Si de aquí a meta quedan algo de fuerzas se exprimen hasta llegar a lo insufrible. Digo que el o la maratón tiene género femenino porque a veces los sentimientos son parejos a los de una mujer que amas, cuanto más te hace sufrir más te gusta. ¡Qué ellas me perdonen!

Tras el maratón, con algunos kilos de menos, con las piernas rotas y un aspecto horrible, juras y perjuras que está será la primera y la última. ¡Mentira! Sólo necesitarás una agraciada ducha para ir maquinando cuál será la próxima.

Y sigo… corriendo.

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